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  • Foto del escritorLIDIA FAR

Sexo y género desde una perspectiva bio-psico-dinámica.

Sobre identidad sexual e identidad de género.


La identidad sexual ha estado durante décadas maniatada por el determinismo biológico, empeñadas¹ en relacionar sexo exclusivamente con genitales. Sin embargo la sexología, desde principios del s.XX, con las aportaciones de Hirschfeld, Reich, Ellis, Marañón o Hildegart Rodríguez como destacables, delimita y fundamenta el concepto de Sexo y el paso del paradigma del “locus genitalis” (lugar genital) al paradigma contemporáneo del “ars amandi” (arte de amar).

W. Reich, en su libro “La revolución sexual” hace eco de la intencionalidad de esta simplificación del sexo para el sometimiento emocional de las masas ya desde la misma gestación. Hoy siguen cohabitando dos posicionamientos respecto al sexo: el biologicista y moralista que asocia sexo al binomio mujer/hombre, y el sexológico, donde el sexo no ha perdido toda su gama de complejidad, subjetividad y diversidad en cuanto a identidad y sexuación, en una línea de investigación cercana a las teorías posestructuralistas del género.


La identidad sexual se establece en el Organismo Intrauterino en las primeras semanas de gestación. A partir de las pregónadas indiferenciadas, la inducción hormonal va a generar uno u otro tipo de identidad sexual, en una gama infinita de probabilidades. Identidad no necesariamente relacionada con los caracteres fisiológicos, psicológicos o genéticos, que fluye a lo largo de la vida en nuestro camino de sexuación, no estando sujeta ni a caracteres primarios (genitales), ni secundarios (características fisiológicas como el vello, tono de voz, tamaño de extremidades, etc) ni terciarios (roles sociales).

Nos convertimos en sexuadas desde nuestra fecundación, pero solamente podemos conocer nuestra identidad sexual cuando empezamos a Ser, a separarnos de nuestra madre a nivel cognitivo, que es a partir de los dos años de vida extrauterina, aproximadamente. De este modo, solo podemos conocer la identidad sexual de otra persona preguntándole y la nuestra propia, cuando la sintamos fluir. El sexo no se hace ni se tiene: el sexo se es.


Magnus Hirschfeld, ya en 1903 en su “Teoría de los estadios sexuales intermedios” –sexuelle Zwischenstufen), escribió: “El hombre completo y la mujer completa son en realidad sólo formas imaginarias que tenemos que llamar en nuestra ayuda para poseer un punto de partida para los estadios intermedios” (Hirschfeld, 1903: 126-127). Unos años más tarde, Weininger (1914) en su “Teoría de la bisexualidad”, escribe: “Todo ser viviente está formado de sustancia masculina y femenina, tanto la única célula como el ser completo. El hombre tiene más materia masculina, la mujer más materia femenina. Por eso son en lo más profundo todos los seres vivos hermafroditas. Los unos en esencia, los otros en potencia” (Flieb 1914:20)


El género es cultural, una creación social: “lo que las representaciones colectivas interpretaban como ser socialmente un hombre o una mujer, es decir, el conjunto de atributos que asociarían a cada categoría biológica en una determinada cultura; en definitiva, la construcción cultural de lo masculino y lo femenino”. (Martín Casares, 2006:36).


Desde que en la ecografía nos dicen si es niño o niña en función de sus genitales, comienza la proyección del imago: la familia vuelca toda su energía en la niña o el niño que va a nacer, y a partir de este momento cobran forma toda una serie de condicionantes que ya conocemos: desde los pendientes, los colores, el nombre, si es llorón es todo un hombre, si es tranquila una niña buena… juguetes, actitudes, repetición de roles… Los roles de género se aprenden, es decir, se desarrollan miméticamente, desde la más temprana niñez. La observación de otras personas cercanas, como progenitoras y familiares, sirven de modelo para desarrollar una identificación con uno u otro género. La conciencia de pertenencia a una de las categorías de género existentes parece desarrollarse precozmente y en relación con los estereotipos sociales referentes a los papeles que han de representar las componentes de cada sexo.


Judith Butler, en su libro “El Género en disputa: Feminismo y la subversión de la identidad”, considerado uno de los textos fundacionales de la teoría queer y del feminismo postestructuralista, pone en duda la dicotomía sexual masculina-femenina, y cuestiona de nuevo la inmutabilidad del sexo. Junto con Foucault (1978), cuestiona las premisas y terminología básicas del género: “Si se impugna el carácter inmutable del sexo, quizá esta construcción llamada “sexo” esté tan culturalmente construida como el género; de hecho, tal vez siempre fue género, con la consecuencia de que la distinción entre sexo y género no existe como tal” (Butler, 2001:40). En esta idea parte del concepto biologicista de sexo (inmutable, genital, dicotómico y generalizable). De este modo, impugnarla conllevaría la inevitable comunión con el género. Sin embargo el sexo, en su valor epistemológico de mutable, subjetivo y diverso, es intrínseco a esta idea.


Tanto los conflictos de género (políticos) como los de sexo (íntimos), son protagonistas de frustraciones, corazas musculares y caracterológicas, confusión y sometimiento, causando en las personas el sufrimiento emocional consecuencia de la castración de la capacidad orgástica (de placer). Esto sumado al de marginalidad, imbuidas por la sociedad, con una lógica de centralidad normativa, panóptica, patriarcal, consumista y de limitación de emociones y por tanto de libertad de las personas.

“La sociedad forma, altera y reprime las necesidades humanas; así se desarrolla una estructura síquica, que no es innata sino adquirida por cada individuo en el transcurso de la lucha permanente entre sus necesidades y la sociedad. No hay una estructura congénita de los impulsos sino una estructura formada durante los primeros años de vida”. (W. Reich 1970:13).


Gregorio Marañón, en su “Breve ensayo sobre la Intersexualidad en la clínica”, de Noviembre de 1928, escribe: “Entre los grados extremos de indiferencia sexual y los tipos más netos de la sexualidad – masculina y femenina – bien diferenciada, existen innumerables formas atenuadas, parciales o esporádicas” (O.C.I., p.48). La idea de Intersexualidad no era nueva, pero si que lo era el enfoque monográfico como piedra angular de la sexualidad. En 1929, Marañón publicó “Los estados intersexuales en la especie humana”, donde desmonta el mito vulgar de la media naranja, la oposición de los sexos y la doble moral sexual (Freud, 1908), a la par que la teoría que hasta entonces situaba los estadios de sexualidad confusa o intermedia como aberraciones y pecados graves (Psycopathia sexualis. Kraft-Ebing, 1886).


Algunas aportaciones del psicoanálisis


El panorama contemporáneo del psicoanálisis está repleto todavía de diversidad de interpretaciones paradójicas en torno al concepto mismo de género, no digamos pues en cuanto a su desarrollo.

Robert Stoller (1964) estudiaba los trastornos de la identidad sexual en las personas en las que la identificación sexual fallaba, debido a la confusión que producían sus genitales. Supuso que el peso y la influencia de las asociaciones socioculturales a mujeres y hombres, ritos, costumbres y experiencia personal eran los que determinaban la identidad de género, y no el sexo. A partir de entonces, junto con Money, propuso desde el psicoanálisis la primera distinción conceptual y biologicista entre sexo (rasgos fisiológicos y biológicos) y género (construcción social de éstas diferencias sexuales).


Harris (2005) sostiene que el género se constituye socialmente, es mediado por la familia y la sociedad, y emerge en el contexto de interacciones sociales entre el self y los otros. Acuñó la idea de que el género está “socialmente ensamblado” (el género no es predeterminado, con un despliegue predecible a partir de un punto, como pueden serlo las variables innatas): El paquete del género tiene en distintas personas distintos patrones y contenidos. Sigue múltiples vías y obtiene resultados que no son fijos, sirve a varias funciones psíquicas y sociales y es influido por numerosas variables, intrapersonales e interpersonales, conscientes e inconscientes. Harris recurre a la teoría del caos contemporánea basada en sistemas binámicos no lineales, donde los resultados no pueden predecirse a partir de unas condiciones iniciales, evitando modelos rígidos y absolutos.


Meler², en su artículo “Jessica Benjamin, el complejo vínculo entre psicoanálisis y feminismo” escribe: “La diferenciación edípica entre la feminidad y la masculinidad suele ser polarizada y estereotipada. Los varones no logran captar realmente la diferencia sexual, sino que tienden a reducirla a una asimetría jerárquica, al interior de la cual lo femenino aparece devaluado. También se ha descrito en las niñas una tendencia a idealizar las propias características y a desvalorizar a los varones. Esta postura fue denominada como chauvinismo puberal y es la que explica la segregación por sexo que se advierte durante la edad escolar”. Plantea que, una vez superada esta posición en la cual el otro es devaluado, es posible proseguir el desarrollo hasta establecer una postura en la cual cada persona, una vez establecidas las identificaciones fundadoras de su género con cierta estabilidad, puede jugar, sin angustia, a transgredir las barreras del género, si hay un acompañamiento sexo-antropológico. No es así en todas las sociedades, pero es cada vez más reivindicado en la nuestra, en un estadio de autorregulación sexo-género. Sin embargo, en este enjambre occidental distópico, es complicado trascender el ideal identitario (masculino-femenino) afianzado en el Complejo de Edipo.

Diamond (2004-2006), en artículos sobre el desarrollo masculino, advierte contra la idea prevalente de que un chico debe “desidentificarse” de su madre para lograr la masculinidad, y muestra cómo la identidad de género puede ser reelaborada a lo largo de la vida de las personas.

A la par, otros psicoanalistas como Ross (1986), Elise (2001), Forgel (1998), Reichbart (2006), que escriben sobre la masculinidad, han ido desmontando los modos rígidos de los ideales fálicos con los que han de cargar sus pacientes masculinos y que están encastrados en las teorías psicoanalíticas.


Benjamin (1996) sostiene que las teorías psicoanalíticas sobre el desarrollo edípico nos dejan con una idea de identificaciones de género demasiado limitada. La lógica edípica, dice ella, es una lógica de opuestos binarios – una identificación sin brechas con la figura parental del mismo sexo y una elección del otro como objeto sexual, una lógica o/o-. Describe que el desarrollo postedípico del género no está tan dicotomizado, siendo lo ideal que permita un sentido del self que pueda acomodar múltiples facetas: “la diferenciación de la fase edípica no es el logro final que a menudo ha supuesto la teoría psicoanalítica”.


Crawford (1996), una psicóloga del self que estudia el género en su trabajo clínico, afirma que es la propia identidad de género (estrechamente empaquetada) la que plantea un trauma narcisista. El proceso de socialización ordena una aplicación rígida de lo que es aceptablemente masculino o femenino y hace imposible la auto-restitución (Ulman y Brothers, 1988). El proceso conduce a un sentimiento de inadecuación, incompletud, y la falta básica de confianza en una misma y las otras se convierte en su inadecuación, incompletud, convirtiéndose en su foco clínico. Crawford, al igual que Corbett, se centra en la libertad como objetivo para los conflictos relacionados con el género.


Todas estas explicaciones a la clínica evidencian que la identidad de género no es una constante, sino una variable fluida en función de las distintas culturas, circunstancias, mores y costumbres. El psicoanálisis ha crecido sobre premisas biologicistas, binaristas, clasistas y machistas, inherentes al entorno de Freud y la escuela psicoanalítica de Viena de principios del s.XX.


Esta paradoja me lleva a pensar en la fuerza de calado del paradigma biologicista y cientificista, en una pelea constante y poco sutil entre el encuadre cartesiano y el humanista, como intento de dicotomizar para poder seguir generando un ambiente de superiorización/inferiorización de las personas y por tanto, como fórmula de auto-control social.


Es preciso interpretar las teorías psicoanalíticas con una mirada abierta y positiva, a la par que reivindicar (también) en el contexto académico, clínico y educativo un uso más saludable e inclusivo de las diversas fórmulas de identidad sexual, comenzando por modificar términos y conceptos y por cuidar las formas, en un estar de atención y cuidado activista.  


La revolución entendida como cambio y evolución, como creación, comienza por una misma, donde cada pequeño cambio es relevante y decisivo.


¹En discordancia con la fórmula y definición de la Real Academia  y apelando a que en 300 años de RAE sólo se han ofrecido 13 sillones a mujeres,  utilizo el sustantivo PERSONA para referir al uso genérico de los sexos. Para evitar una lectura farragosa, se omite escribir ‘persona’ en cada alusión, dando por entendido que se sobreentiende: “Las personas autoras” quedará como “las autoras”. Sintámonos incluidas por tanto mujeres, hombres y trans* en esta apelación formal, sin pretensión ninguna de discriminar ni excluir a ninguno de los sexos. Utilizo el término trans* (Lucas Platero), con asterisco, para subrayar la diversidad de las vivencias de las personas que exceden las normas sobre lo que se prescribe como propio de mujeres y hombres.


² Meler, Irene. Doctora en psicología, coordinadora del foro Psicoanálisis y Género (APBA), directora del curso Universitario de Actualización en Psicoanálisis y Género (APBA y Univ. John F. Kennedy) y co-directora de la Maestría en Estudios de Género (UCES). http://www.elpsicoanalitico.com.ar/num17/autores-meler-jessica-benjamin.php


Bibliografía


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- Burgos, Elvira “deconstrucción y subversión”, en Judith Butler en disputa: lectora sobre la performatividad. Barcelona, Madrid, 2012. Egales, p 101-134.

- Butler, Judith (2001). El género en disputa. Programa Universitario de Estudios de Género. UNAM-México, Paidós.

- Foucault, Michel. “Historia de la sexualidad. El cuidado de sí. 3” El. Siglo, 2005, 4ª edición.

- Foucault, Michel. “Historia de la sexualidad. El uso de los placeres. 2” Ed Siglo, 2005, 5ª edición.

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- Martín Casares, A. “Antropología del género”. Feminismos, 2006.

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- Rodrigañez Bustos, Casilda. “La Represión del deseo materno y la génesis del estado de sumisión inconsciente” Ed Crauac-Crimentales. 2007, 3ª edición.

- Sabsay, Leticia “¿En los umbrales del género? Beauvoir, Butler y el feminismo ilustrado”. Feminismos, 2010. Pp. 119-135.

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